miércoles, 12 de septiembre de 2012

Santa Rosa de Lima

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Santa Rosa de Lima



Vida y milagro de Santa Rosa de Lima

Santa Rosa de Lima nació el 30 de abril de 1586 en la vecindad del hospital del Espíritu Santo de la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del Perú. Su nombre original fue Isabel Flores de Oliva. Era una de los trece hijos habidos en el matrimonio de Gaspar Flores, arcabucero de la guardia virreinal, natural de San Juan de Puerto Rico, con la limeña María de Oliva. Recibió bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando de Valdés y María Orozco.

Santa Rosa de Lima (Óleo de Murillo)

En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se trasladó al pueblo serrano de Quives, en la cuenca del Chillón, cuando su padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se refinaba mineral de plata. Las biografías de Santa Rosa de Lima han retenido fijamente el hecho de que en ese pueblo, que era doctrina de frailes mercedarios, la joven recibió en 1597 el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio Alonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la jurisdicción.

A Santa Rosa de Lima le tocó vivir en Lima un ambiente de efervescencia religiosa, una época en que abundaban las atribuciones de milagros, curaciones y todo tipo de maravillas por parte de una población que ponía gran énfasis en las virtudes y calidad de vida cristianas. Alrededor de sesenta personas fallecieron en "olor de santidad" en la capital peruana entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. De aquí se originó por cierto una larga serie de biografías de santos, beatos y siervos de Dios, obras muy parecidas en su contenido, regidas por las mismas estructuras formales y por análogas categorías de pensamiento.

A Santa Rosa le atraía con singular fuerza el modelo de la dominica Catalina de Siena (santa toscana del siglo XIV), y esto la decidió a cambiar el sayal franciscano por el hábito blanco de terciaria de la Orden de Predicadores, aparentemente desde 1606. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales ayudaba a sostener el presupuesto familiar, pero fueron muy contadas las personas con quienes Rosa llegó a tener alguna intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas como doña Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con amigos de la casa paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza.

Los confesores de Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la congregación dominica. También tuvo trato espiritual con religiosos de la Compañía de Jesús. Es asimismo importante el contacto que desarrolló con el doctor Juan del Castillo, médico extremeño muy versado en asuntos de espiritualidad, con quien compartió las más secretas minucias de su relación con Dios.

Dichos consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre Rosa y resultaron cómplices de sus delirios, visiones y tormentos. No sorprende desde luego que María de Oliva abominase de la cohorte de sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija, porque estaba segura de que los rigores que ella se imponía eran "por ser de este parecer, ignorante credulidad y juicio algunos confesores", según recuerda un contemporáneo. La conducta estereotipada de Santa Rosa de Lima se hace más evidente aún cuando se repara en que por orden de sus confesores anotó las diversas mercedes que había recibido del Cielo, componiendo así el panel titulado Escala espiritual. No se conoce mucho acerca de las lecturas de Santa Rosa, aunque es sabido que encontró inspiración en las obras teológicas de fray Luis de Granada.

Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando Flores de Herrera, labró una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía hoy es posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer penitencia. Posteriormente, en marzo de 1617, celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su místico desposorio con Cristo, siendo fray Alonso Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus dedos el anillo en señal de unión perpetua.

Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría en la casa de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza (contador del tribunal de la Santa Cruzada), a la cual se trasladó a residir en los últimos cuatro o cinco años de su vida. Por esto solicitó a doña María de Uzátegui, la madrileña esposa del contador, que fuese ella quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía se situó el matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea, y una de sus discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa Rosa de Lima pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. Así entregó la virgen limeña su alma a Dios, afectada por una aguda hemiplejía, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la madrugada.

El mismo día de su muerte, por la tarde, se efectuó el traslado del cadáver de Santa Rosa al convento grande de los dominicos, llamado de Nuestra Señora del Rosario. Una abigarrada muchedumbre colmó las calzadas, balcones y azoteas en las nueve cuadras que separan la calle del Capón (donde se encontraba la residencia de Gonzalo de la Maza) de dicho templo. Al día siguiente, 25 de agosto, hubo una misa de cuerpo presente oficiada por don Pedro de Valencia, obispo electo de La Paz, y luego se procedió sigilosamente a enterrar los restos de la santa en una sala del convento, sin toque de campanas ni ceremonia alguna, para evitar la aglomeración de fieles y curiosos.

El proceso que condujo a la beatificación y canonización de Rosa empezó casi de inmediato, con la información de testigos promovida en 1617-1618 por el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero. Tras un largo procedimiento, Clemente X la canonizó en 1671. Desde un punto de vista histórico, Santa Rosa de Lima sobresale por ser la primera santa de América. Actualmente es patrona de Lima, América, Filipinas e Indias Orientales.


Milagros y Testimonios de Fe



El P. Rubén Vargas Ugarte S.J., a quien aquí seguimos, señala que muchos milagros ha concedido y de ellos damos cuenta.  Se han sucedido en diversas épocas y de ello dan testimonio tanto los múltiples exvotos que literalmente cubrían las paredes del camarín, en donde se exhibe la imagen y a los cuales ha habido que dar piadosa aplicación por no hallar cabida en los muros, como las mandas, capellanías, y donaciones hechas a la Iglesia o al Monasterio, en acción de gracias por las mercedes recibidas.  Todo esto, repetimos, podía haber sido materia de una información jurídica, pero en aquellos siglos de fe no se consideraba necesario, tratándose de una imagen de tanta celebridad y cuyo excelso poder no podía ponerse en tela de juicio.  Modernamente hechos de la misma naturaleza se han producido y unos han dado lugar a indagación más o menos precisa, otros sólo ha venido a noticia de muy limitado número de personas.  De los primeros vamos a dar cuenta en esta Historia.

En el año 1920, los periódicos de la ciudad y los habitantes de lima se hicieron eco de la repentina curación de una pobre tullida.  Rosa Angélica Castro, joven de modesta familia, había sufrido dos operaciones y por causas desconocidas por los médicos había quedado inmovilizada en ambas piernas a la vez que experimentaba agudos dolores.  Llegó el Mes de Octubre y con él la Procesión del Señor de los Milagros: el segundo día las andas ingresan al Templo de la Encarnación después de visitar el Monasterio de Santa Rosa.  La madre de la joven deciden esperan la sagrada imagen en la primera de estas Iglesias.  Al entrar la venerada imagen, madre e hija suplicaron pidiendo, como el ciego de Jericó, la salud que tanto deseaban.  Al salir las andas del templo nada extraordinario se pudo apreciar.

Pero la gracia de la curación estaba concedida.  Apenas la multitud había abandonado el templo, cuando la enferma siente en sí una conmoción que la mueve a dejar la silla en el que tanto tiempo vivía recostada, y en efecto, se levanta y camina y presa de un gozo indescriptible sigue en pos del Señor, ensalzando su misericordia.

Otros datos que parecen haber sido tomado del diario limeño La Tradición refiere lo siguiente: La Srta. Rosa Oquendo, con domicilio en la Calle de Zamudio N° 140, llevaba un año y dos meses padeciendo de parálisis de los miembros inferiores, y pese a haber consultado a médicos, todo había sido inútil.  El día de la procesión fue conducida a la plazuela de Mercedarias y al pasar la imagen delante del lugar donde se encontraba, ella se levantó del sillón donde estaba reclinada y siguió las andas sin la menor molestia, causando sorpresa en todos los que la conocían.

Otro caso muy parecido le ocurrió a la Srta. Corina Ferreyra quien llevaba varios años impedida físicamente.  El Señor pasó por su casa en la calle de Matavilela, el 18 de octubre de 1913 y repentinamente quedó curada.

Había una mujer que le llamaban La Resucitada, si bien es cierto que no se trataba de una verdadera resurrección, ella estuvo a punto de ser enterrada viva, a no ser por la protección del Señor de los Milagros.  Sucede que a ella le había acometido una fuerte catalepsia que había dado a sus miembros la rigidez cadavérica y la impedía de dar señal exterior alguna.  Todo estaba dispuesto para su entierro.  Según ella refirió después, se dio cuenta de su estado y advirtiendo del peligro que corría, empezó a encomendarse a Dios.  En eso llega a sus oídos el rumor de la procesión que pasa delante de su casa y entonces ella con gran fervor pide al Santo Cristo la libre del peligro en que se halla y alcanza a dar signos visibles de que aún esta con vida.

En 1935 hallamos otros dos casos.  Uno es el de la Sra. Elvira R. De Dávila, curada de un tumor canceroso en el útero.  Tanto el médico que la atendió como los que la examinaron en el Hospital Arzobispo Loayza, entre ellos el Dr. Constantino Carvallo, juzgaron que el mal no tenía remedio.  La enferma sacando fuerzas de flaqueza, pidió que le permitiesen abandonar el Hospital y acudió a la novena  del Señor en su templo.  El divino crucificado escuchó y sin operación el tumor desapareció y se sintió sana.  María Drinot Fuchs, con residencia en Magdalena del Mar, adolecía de un bulto en el vientre que a juicio de tres cirujanos exigía una intervención quirúrgica.  Ella se resistió a ser operada y prefirió acudir al Señor de los Milagros.  Su fe la salvó, pues a los pocos días no le quedó rastro de su mal.

Hugo Alcázar Cabrera, dice que nació torcido y por esta razón a sus padres no les quedó otra que encomendarlo al Señor de los Milagros.  “Nací quebrado -cuenta don Hugo-, así le decían en ese tiempo a la enfermedad de nacer torcido.  Yo me imagino que en realidad debo haber sufrido algo así como una hernia y por eso mis padres se vieron obligados a entregarme al Señor de los Milagros”

Cuando cumplió la mayoría de edad, la primera decisión que tomó fue la de ingresar a la Hermandad del Señor de los Milagros de las Nazarenas.  Ese era un sueño y también su meta, porque desde pequeño creció con la idea de que el Señor de los Milagros lo había salvado de la mismísima muerte.  Y fue así que llegó a la Hermandad.  “Fue como una señal.  Yo tenía toda la salud de un muchacho de veinte años y eso se lo debía al Señor.  ¿Cómo rechazar un llamado como ese?”

Hugo se casó y tuvo su primer hijo, que no nació torcido pero sí con una enfermedad en las vías respiratorias que terminó en asma.  Diez años vivió comprando medicamentos y cuidando al pequeño hasta que un día decidió que el mejor de los remedios era el Cristo Morado.  La historia se repitió y don Hugo y su esposa encomendaron al pequeño al Señor de los Milagros, pidiendo el milagro de salvar al niño de las garras de la enfermedad.  “El milagro tardó siete días en llegar y mi hijo se libró de esa mala enfermedad”.  Desde entonces la fe en Hugo Alcázar se ha hecho más fuerte aún y es por eso que ahora, aunque el cansancio y la vejez le estén pisando los talones, le quedan fuerzas para seguir cargando el anda del Señor de los Milagros.  “Voy a trabajar en la Hermandad hasta que Dios me lo permita.  El Señor me ha hecho muchos milagros y yo le tengo una deuda muy grande.  Desde el primer día que ingresé a la Hermandad he cargado al Señor y eso lo seguiré haciendo hasta que me dure la vida.  Esa fue mi juramentación ante Dios y esa es la promesa que cumpliré hasta mi muerte”.

Estos son algunos de los milagros que han podido comprobarse, pero hay muchos más que quedan ocultos y no se hacen público, aparte de las gracias materiales que ha dado a muchos.  Todos cuantos han mirado de cerca esa incesante afluencia de gente a su santuario en el mes de octubre, han escuchado las confesiones de los fieles; son testigos de muchos favores que el Señor de los Milagros hace en sus vidas.


 Visita a la casa de Santa Rosa de Lima